CASA CURADA
©Rosa María Ramos Chinea
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Para Isabel de la Fuente, maga de lumbre, en reconocimiento a su extraordinaria manera de mostrarnos el camino a través de las piedras.
Para las compañeras y los compañeros de reencuentro, en Güimar, Tenerife, los días cuatro, cinco y seis de un inolvidable junio atemporal.
La casa estaba habitada. Fuimos pisándola sin presentir sus fantasmas. Inundamos sus corredores con alegría de duendes. Saltamos por sus jardines intuyendo un vuelco sin precedentes. Tocamos sus paredes y nos sentamos al calor de los cirios, celebrando la inocencia. Absolutos desconocedores de sus entrañas de sombra. Isabel fue la última en llegar, atareada en los susurros que siempre la acompañan. Un hermoso y heredado escalofrío nos recorrió. Y supimos que algo trascendental empezaba a desvelarse. La mirada de Isabel, sabia mayorazga de la luz, se empeñó en descubrirnos y nos atravesó el corazón con su mágica daga luminosa. Debo confesar que sucumbimos ante el hechizo de sus ojos. Todos, todas, quienes la desconocíamos y quienes la conocíamos entramos en su trance inusitado. Las piezas de íntimos rompecabezas comenzaron a estrecharse. Pudimos reconocernos en veinticuatro espejos. Veinticuatro seres de lumbre. Y entre risas y fiestas se hizo una noche profundamente azulada. Un precipicio se abrió ante nuestros ojos atónitos. Cerramos un círculo preciso para integrarnos a las voces reveladas a través de su boca. El primer llamado fue a la unidad de nuestras manos, a la invocación de hondos sentimientos de amor, de valentía, de entrega. Así fuimos elevándonos. Los perros, afuera, aullando los dolores de la tierra. Pájaros extraños cantando antiguas penas desde las copas de los árboles. Nuestros cuerpos encumbrados en una cadena irrompible de destello. Fuimos construyendo un corazón gigante en el medio de la casa, en el centro de nuestro círculo perfecto. El corazón fue creciendo a partir de nuestros individuales latidos, tímidamente al principio y luego con pujanza de madres, vigor de padres. Allí, en aquel inmenso músculo se depositó la fuerza suficiente para cerrar en conjunto las puertas del hades potente. No fue fácil. Hubo momentos de habitantes empecinados en la posesión del subsuelo de la casa. Mientras más oscuros sus gritos, más empeño el nuestro en cerrar sus tenebrosas bocas, desdibujar sus muecas impertinentes. La luz ocupó el lugar de la sombra ante las fascinadas miradas de millones de espectros. No nos cabe la menor duda. La casa estaba habitada y un amanecer de silencio y sosiego la recorre ahora mismo, mientras leemos este vívido sueño en el que seres ascendidos sentaron su eterno precedente, por los siglos de los siglos.