RECONCILIACIÓN
Rosa María Ramos Chinea
__________________________________________________________________
Lo siento. No sabes cuánto me pesa haberte dejado llorando como una viuda pequeñita. Hubiera preferido no estrujarte las alas hasta acabar con tu vuelo. Dejamos de vernos cuando tu dolor pudo más. Corriste a esconderte tras los muros de nuestros recreos. Perdóname. La ropa se te fue ajando, pegada al blanco cuerpecito, delgado e inmóvil. No supe alimentarte, ni vestirte, ni cuidarte. Allí plegada alrededor de ti misma te fuiste convirtiendo en fantasma. Por más que intenté seguir jugando en nuestros patios, se fueron apagando las ganas porque olvidé el calor que me daban tus manos. Gracias. Por permitirme aliviarte para aliviarme. Por dejarme peinar tu pelo despacio. Desenmarañarlo desde las puntas, sabiendo a ciencia cierta, que no te dolerá. Porque descubrirás lo rubia que eres y una sonrisa, desde tu boca, se moverá hacia la izquierda por tu cara ya lavada. Te curaré los ojos. Verás con nitidez desde distancias nunca antes alcanzadas por tu mirada. Verás claro. Y te animarás a pedirme panes dulces y frutas. Te amo. Removeré de tu cuerpo los restos del viejo vestido. Cambiaré cada tira de tela por pétalos. Es decir, te haré un traje con olores frescos. Y tú irás estirando las piernas y alzando los brazos para el abrazo. Te calzaré de zapatos relucientes y claro que si, te devolveré la muñeca para que juntas reconstruyamos su historia, tan cierta como la tuya, tan real como la mía. Acércame el espejo, y olvida ya, por favor, perdona ya, porque yo te juro que no volveré a dejarte ni tan abandonada, ni tan rota, ni tan hueca.